14 de octubre de 2012

DONDE DA LA VUELTA EL AIRE (O de cómo Pedro J. Ramírez cruza el Rubicón)

Vivimos tiempos convulsos, tiempos interesantes dignos de ser observados, estudiados, analizados… Tiempos útiles para la reflexión y el aprendizaje… con objetivos que deberían situarse un paso más allá de la mezquindad de la reivindicación corporativa, en pos de algo más grande. Tiempos que, ¡ojalá!, nos sirvan para cambiar, para derribar un régimen partitocrático que ignora los intereses de la sociedad civil. (Oligarquía vs. Democracia).
Este blog quiere ser una mirada, un ojo que observa esta realidad hasta donde llega.
Mi mirada. Quizá, también, la tuya.
Empezamos...

The Wellington Memorandum, de Pedro J. Ramírez en El Mundo.

No tenéis otro remedio que reformar la Constitución.




"Se sentía concernido por el futuro de España pues no en vano había peleado por su independencia y su libertad. Ante la situación límite creada, lo primero que hizo fue formalizar su diagnóstico y remitirlo a la persona autorizada para actuar en su nombre: «Los españoles que quieran de verdad la paz y la prosperidad de su país deben empeñarse en modificar su Constitución… Los españoles deben ser conscientes de que todas las fuentes de su prosperidad están casi destruidas y de que los propios fundamentos del orden social y del Gobierno corren riesgo. No hay comercio, no hay ingresos públicos o privados, no hay manera de vender bienes nacionales, no hay manera de pagar los intereses de la deuda pública, ni forma de conseguir nuevos préstamos».
Por si este resumen no fuera suficiente, añadió un toque de información privilegiada: «Me he enterado de que los principales capitalistas de Europa no prestarán su dinero a España hasta que no vean prevalecer un sistema que permita albergar alguna esperanza sobre el restablecimiento de la paz y el buen orden».
Y remachó el mensaje apelando al buen entendimiento de la Nación: «Siendo todo esto verdad… es imposible que ningún español razonable pueda dudar de que ha llegado el momento de hacer un gran esfuerzo para conseguir esas modificaciones en la Constitución que el sentido común señala como necesarias».
A mayor abundamiento decidió escribir a dos influyentes amigos españoles con los que se carteaba en francés. Al primero se dirigió en el tono apelativo propio de los camaradas de armas: «Os pregunto si la sana razón no exige que todos los que sois moderados en España os coaliguéis para efectuar esta reforma en vuestro sistema constitucional que puede poner en orden vuestro país… Debéis persuadiros de que tal reforma es el único remedio verdadero para todos vuestros males y peligros».
Con su segundo amigo, un político con gran sentido del Estado exiliado en Paris, trató de ser más persuasivo: «Conocéis mejor que yo vuestros asuntos y las dificultades que encuentran todos los esfuerzos de mejorar la Constitución. Debo advertiros, sin embargo, de que el tiempo pasa, las desgracias aumentan y se complican y no tenéis otro remedio que la reforma de la Constitución… No tenéis ingresos y el crédito de España ya no existe… Para todos los males de España no hay más que un remedio: el cambio de un sistema de gobierno cuyos defectos reconoce todo el mundo. Y hay que advertir que esta opinión no está fundada en teorías, actitudes hostiles o intereses personales; y no es la opinión de una pequeña minoría, sino que es una opinión generalizada, casi universal, compartida por quienes han sido los mejores amigos de la Constitución e incluso por sus autores». Le faltó por añadir: como por ejemplo usted.
Los últimos párrafos de esta segunda carta denotan frustración ante el bloqueo de lo que para él era una obviedad: «Puesto que no hay ningún motivo político para no hacer la reforma constitucional que la razón y el buen sentido exigen imperiosamente, no puedo entender cómo es posible que todas las personas honradas no se unan para llevar a cabo sin pérdida de tiempo algo tan necesario».
Aunque cada una de estas palabras parece dedicada a describir el atolladero en el que se encuentra España en 2012, todas fueron escritas por Arthur Wellesley, duque de Wellington en los primeros días de enero de 1823. El primer texto, conocido pronto como el memorándum de Wellington, fue remitido a su antiguo ayudante y enviado personal a Madrid Lord Somerset con el encargo de que lo utilizara para persuadir a los dirigentes españoles de que abandonaran su inmovilismo. Circuló de mano en mano y llegó a ser objeto de debates parlamentarios.
En cuanto a las dos cartas, el destinatario de la primera fue el general Álava, enlace entre las tropas españolas y el Estado Mayor de Wellington durante la guerra de la Independencia y a la sazón diputado en Cortes en la última legislatura del Trienio Liberal. Su original, sobre lacrado incluido, está en manos de Gonzalo Serrats, autor de un estudio inédito sobre el general Álava, que ha tenido a bien facilitarme una copia. El destinatario de la segunda carta fue el conde de Toreno, uno de los padres de la Constitución del 12, que había abandonado España tras el asalto a su casa por parte de una turba furiosa, movilizada por el sector más exaltado de las Cortes".

El artículo continúa durante varios párrafos más enumerando los motivos (y objetivos) por los que el inefable Pedro J., con su sentido flexible y oportunista de la política, se pasa al bando Constituyente, pero como el "gatopardo": para que todo siga igual y nada cambie.
Quien esté interesado en conocer sus motivos y objetivos, puede terminar de leerlo en el enlace.
En cuanto a mí, me fascina el hecho de que unas palabras escritas hace casi 200 años sigan teniendo sentido de plena actualidad... Cómo somos, los humanos... Qué poco aprendemos... Cuánto nos repetimos...


Leer el artículo completo de Pedro J.